jueves, enero 24

más de arañara ñaña

como si estuviera medio drogada
la veo y hago zoom,
hago como si hiciera zoom.
invirtiéndolo, puedo ver todo. zoom
a la panza, en extraño paralelismo con el techo
-porque está patas para arriba
en un sentido no sé si del todo literal-,
a las patas, como grúas que sostienen el cuerpecito
en un equilibrio apenas milimétrico.
dije una vez al aire: las arañas
son perfectas. criaturas del mal,
son perfectas.

después del zoom viene
la tentación
de hacer lo prohibido.
no es lo prohibido, es
lo inconveniente. lo adecuado
es no hacerlo. no tocarla.
no querés tocarla y no vas a hacerlo.
pero fantaseás con el instante en que lo hicieras.

imagino el contacto. ella tiene
temperatura propia, como yo
pero otra. el contacto es así, apenas esto:
su temperatura contra la mía.
el contacto es eso. dos temperaturas propias
peleándose para ver
qué puede más, si la civilización
o el asco.



y cuando podaron, cortaron el pasto y
sacaron el jazmín.
yo preferí no estar, pero mi mamá
me contó que salieron arañas para todos lados, arañas
de todos los tamaños. mientras me contaba y
regaba las tristes plantas trasplantadas
vi correr a una, como un sobreviviente
que sabe que sale de un campo minado
firme en su tambaleo, frenética y desesperada
y mi mamá también la vio y en un acto de
inconciencia cruel, quiso regarla.
apuntó la desembocadura de la manguera
como para regarla a quemarropa. lo hizo, disparó.
la empapó, estoy segura. y la araña
se retorció, se revolcó.
y volvió a correr. y mi mamá volvió a disparar, y la araña
volvió a retomar, a ganar terreno. creo que dije ya está, dejala
no sé si lo dije o sólo lo pensé. lo que sé que pensé
fue que seguro los que combaten
en algún momento también se apiadan del enemigo.
y estoy segura de que repetí mirala, mirala a la hija de puta
es perfecta.

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